lunes, 27 de febrero de 2006

Dichos de ayer, hechos de hoy...

Dicho de ayer: "Encuentra a un hombre mayor: son más maduros y hacen mejores maridos".

Siguiendo la instrucción al pie de la letra, me conseguí un novio nada menos que diez años mayor que yo. No sólo dí por sentado el consejo de La Abuela acerca de la madurez de los hombres mayores, sino que además añadí la gran, enorme, importantísima ventaja de que, pasara lo que pasara, ¡yo siempre sería diez años más joven!


Al principio, todo fue maravilloso. Y todo siguió siendo maravilloso, hasta que algo ocurrió...

De entrada yo no lo había notado, pero fue hasta que la reiteración me llegó al punto del fastidio que me dí cuenta: cada vez que podía, no cesaba de repetirme que "él era lo mejor que podía haberme pasado en la vida" y que "me había sacado la lotería con él", y desde luego "nunca me encontraría con otro igual de increíble".

Ya me tenía hasta la charola de los merengues con eso, así que opté por la salida elegante, la preferida de La Abuela, y le dije que queríamos cosas distintas, y que lo mejor era separarnos antes de que fuera más difícil. Por supuesto, no entendió. ¿Cómo me iba él a privar de su excelentísima presencia? Así que insitió durante un tiempo para que volvieramos.

Cuando pensé que las llamadas, los correos, los recados enviados con terceras personas y los encuentros 'casuales' se habían terminado, ocurrió algo que ni La Abuela podría haber previsto: me envió un correo diciendo que "Entiendo que lo que hiciste se debe a que eres muy inmadura y te falta vivir. Pero como yo soy tan noble, inteligente, bondadoso y maravilloso, te perdono".

De sobra está decir que, además de no haberle vuelto a contestar ni el saludo, la anécdota es una de las botanas favoritas de mis amigas...

Hecho de hoy: "Los hombres no maduran: sal con quien te dé la gana"

lunes, 20 de febrero de 2006

Cita a ciegas

La amiga de una amiga tuvo la brillante idea de arreglarme una cita con el amigo de alguien que ella conocía, que acababa de llegar a la ciudad, y que no conocía a nadie.

La idea era brillante, porque en alguna parte de nuestra in-conciencia, mis amigas y yo pensamos que los chicos de provincia todavía no se han contaminado de los modos cosmopolitas de la ciudad, y todavía son capaces de invitarle a una un café y pagar la cuenta.

Sin embargo, era indispensable hacer el check-out. Algún protagonista del enrredo me pasó el Messenger del tipo en cuestión, y antes que cualquier cosa, le pedí una foto.

"¿Cómo te voy a reconocer si nos vemos?" fue mi justificación.

La verdad es que no quería arriesgarme. ¡Claro! Cualquier cosa puede pasar...

En la foto, el chico se veía bastante bien. Moreno, con unos ojazos oscuros grandotes y una sonrisa muy pícara. Después del visto bueno, le acepté la invitación al café. ¿Qué podía ser peor?

La lista de lo peor reza así: yo llegué a la cita puntualmente, él llegó varios minutos retrasado; yo en realidad me esmeré un poco más de lo habitual en arreglarme, él llegó de pants y tenis; yo tenía ganas de ir a comer, él sólo tenía tiempo para un café...

Pero lo peor no fue eso... lo peor fue la gran desilución al ver que, aún si me hubiera quitado los tacones, no me llega ni al hombro...

¡¡Maldita sea la estatura promedio!!